POP SINIESTRO. Reflexiones sobre étereos estados de ánimo, un bajo omnipresente y la guitarra nerviosa y precisa de Robert Smith. Todo esto nos encontramos en el extremo brumoso de la "trilogía siniestra", el principio de una de las etapas más jugosas para el grupo que iba a convertir el negro en tendencia entre las multitudes de jovenzuelos inadaptados en busca de sí mismos.
Lo que más me gusta del disco es ese minimalismo ambiental que lo cubre todo. Y cómo han conseguido esto con tan poco. La batería de Lol Tolhurst sabe sonar metronómica, implacable y casi electrónica, pero lo que sin duda hace que todo cambie, aparte de la guitarra taquicárdica de Robert Smith, es el ingreso en el grupo de un Simon Gallup al bajo que lo iba a cambiar todo a partir de aquí.
Por todo esto, Seventeen Seconds es un decidido paso adelante incomparable e inesperado si pretendemos buscar pistas de su origen en ese Three Imaginary Boys que parecía tan lejano ya entonces. La evolución se basa en la ambición de un Robert Smith que se lo jugó todo a la carta del desnudo y que estableció conexiones, queriéndolo o no, con cosas antes imposibles como el Low (1977) de David Bowie, los guitarreos aéreos de Vini Reilly (The Durutti Column) o incluso el ambient de Brian Eno.
Con su segunda entrega, The Cure fabrica un pequeño clásico de esos que van a habitar nuestros sueños para siempre. Por su sonido melancólico y sólidamente brumoso, por su densa oscuridad y por entregar dos de las joyas más refulgentes de su canon. Me refiero, cómo no, a esas "Play for Today" y "A Forest", quizás los dos mejores ejemplos de cómo casar melancolía terminal con esas melodías que se te clavan en el alma. Para siempre.
★★★★☆
Las elucubraciones sobre el título del álbum son variadas y para todos los gustos, aunque centrándose en esos aspectos tétricos y morbosos que son los que un álbum así acaba despertando. Así, hay quien dice por ahí que 17 segundos es el tiempo que se tarda en morir cuando se secciona una arteria o que cada 17 segundos se produce un suicidio en el mundo.
Lo cierto es que Robert Smith nunca ha aclarado la elección del título más allá de afirmar que se trata de una medida de tiempo arbitraria que se encontraba por todas partes en la época. Poca chicha encontraremos por tanto si vamos por ahí.
Sería una conexión muy burda para la sutileza que siempre ha derrochado el de Blackpool. Una sutileza que derrama a manos llenas en una cubierta borrosa y atractiva como pocas en la historia de la banda. Una portada que habla de todos esos sentimientos etéreos de los que hablábamos y de una pasión contenida que me lleva directamente a Caspar David Friedrich y sus paisajes al límite de la expresión, con los elementos en todo su esplendor.
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