JAZZ ESPIRITUAL. Kamasi Washington, la sensación del jazz del nuevo milenio, se mueve entre los entendidos en una continua dicotomía imposible. Los aficionados que lo han escuchado con atención no consiguen ponerse de acuerdo. ¿Lo que hace el saxofonista en este disco es mucho más que simple jazz? ¿O por el contrario se queda corto y su música nunca podrá llamarse jazz por pura incapacidad? Ahí queda lanzado el reto de responder al enigma con estas casi tres horas de música espiritual, torrencial y única por encima de todas las dudas que pueda suscitar.
The Epic hace honor a su título en cada detalle. Para empezar, estamos ante un álbum triple (tanto en CD como en vinilo) que se alarga hasta rozar las tres horas de duración. Y para acabar, el espectro que pretende abarcar Washington aquí es, cómo no, de unas dimensiones tan mastodónticas como su duración. Un debut que ya llega con una vitola de obra magna que no le va grande en absoluto. Basta con disfrutar del primer volumen, The Plan, para darse cuenta de que el conocimiento que Kamasi tiene del jazz más clásico supera con creces sus ya de por sí superlativas habilidades con el instrumento. Sí, déjense de zarandajas. De que si falla en los solos por una falta de elasticidad que le hace abusar del sota, caballo y rey y de lo previsible. Su soplido, su entrega, su delicadeza y su furia son sencillamente colosales. No hay que ser un erudito para darse cuenta.
Más que tratar de emular a esa deidad particular que ha encontrado en San John Coltrane, Washington continúa su legado y se erige en el perfecto depositario de su herencia. Escuchen, sin ir más lejos, maravillas como esa "Change of the Guard", con la que abre fuego, para entender de lo que hablo. Todo un resumen de jazz modal, espiritual, libérrimo y también de una fusión salvaje que solo los mejores han sabido dotar de sentido. Es cierto que Kamasi no es el innovador furibundo que algunos nos pintan, pero no es menos cierto que juega con la tradición a su antojo para producir otra cosa, una celebración, una catarsis, yo qué sé. Lo que sí que veo claro es que, innovando o no, buscando nuevos caminos o asfaltando los ya más que transitados, Washington ha salvado al jazz y le ha dado una nueva vida cuando casi nadie se lo esperaba.
Así, en el segundo volumen, The Glorious Tale, parece seguir los pasos del Trane postrero, el del free jazz y los conciertos en Japón. Ese que parecía querer partir las notas en mil pedazos a base de reventar su saxo con toda la potencia de sus pulmones. Y en la tercera rodaja, The Historic Repetition, pegaría que nos sumiera en una pura hecatombe de jazz fusión, aunque no sea exactamente así. Algo hay, eso sí, pero al final no podemos delimitar los estilos separándolos en cada volumen como si de compartimentos estancos se tratara. Todo en The Epic está multiplicado hasta el infinito y esparcido por cada uno de sus recovecos. ¡Y gracias a Sun Ra que está en los cielos! Así podremos perdernos una y otra vez en una obra, no diría que poliédrica, pero sí que inabarcable en su enorme y divina magnitud. Desde ya, uno de los mejores discos de este siglo que no ha hecho más que empezar.
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Kamasi Washington había amasado una fama jugosa como músico de sesión y colaborador de lujo antes de lanzar su primer álbum. O al menos antes de lanzar su primer álbum con una discográfica al uso, que es este que nos ocupa. Antes se había autoeditado dos discos sin apenas difusión.
Su participación en los momentos más rutilantes que ha dado la música negra en los últimos años fue clave a la hora de encontrar esa transversalidad para la que su música parece haber nacido. To Pimp a Butterfly (Kendrick Lamar, 2015) es la obra más rutilante en la que ha contribuido, pero no es la única. Sus colaboraciones con Flying Lotus, Wayne Shorter o St. Vincent, por nombrar unas pocas, dan fe de lo bien cotizado que estaba su saxo mucho antes de reventar la banca con The Epic.
Esto no le ha impedido echar una mirada al pasado para imbuirse del aliento de los más grandes. John Coltrane habita cada rincón de este álbum y de toda la música del californiano. También Wayne Shorter, Pharoah Sanders, Alice Coltrane, Fela Kuti o ese Sun Ra del que toma su obsesión espacial y nos la vierte, no solo en la maravillosísima portada, sino en unos desarrollos pensados para alcanzar las mismas estrellas. Ya lo sabíamos: Space is the place, pero qué bueno que nos lo recuerden así.
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