viernes, 11 de octubre de 2013

La tierra del cementerio

 

★★★½

Birmingham, ENG, UK

 

Black Sabbath ha amasado una reputación que cotiza bien tanto entre el fanatismo metalero como entre los gustos más exquisitos. No es que sea un plato para cualquier paladar pero siempre va a haber oidos desprejuiciados que van a apreciar su legado por encima del plastiquete que rodea su imagen de dioses del metal oscuro. Los Sabbath han sobrevivido al peso de su leyenda y a principios del siglo XXI son respetados por casi todos y adorados por un buen puñado. 

Se forman en Birmingham en 1968 con un núcleo duro que iba a reinar durante más de diez años. Sin duda fue su mejor época y yo diría que la única que se puede defender ante la masa. En estos diez años (y no tanto los últimos) el grupo definió y refinó un sonido y una parafernalia que los iba a hacer eternos. Ozzy Osbourne a la voz, esa voz claramente escasa pero con un encanto indudable que muchos han tratado de imitar. Eso es fácil. Lo difícil era crearla de la nada con esa sencillez a la hora de cantar siguiendo el riff. Demasiado básico. Demasiado adictivo. Un sello propio que se incrementa con el señor del riff, Tony Iommi, guitarrista fino y pulcro que tras un accidente en el que perdió la punta de dos dedos tuvo que alterar su forma de acercarse al instrumento e incluso de afinarlo. Los resultados son más que patentes en trabajos de elegancia y oscuridad insondables en los que la pirotecnia se deja siempre al servicio de la canción. Contención. Esa sería la palabra que definiría también al fabuloso Geezer Butler, una bestia del bajo que con su sonido bulboso otorgó credibilidad a un grupo demasiado primitivo para la época. Primitivo como la violencia con la que Bill Ward aporreaba la batería. Una violencia no exenta de un virtuosismo perturbador e impactante.

Este fue el cuarteto que marcó un antes y un después en el rock duro. Aunque pueda parecer mentira después de ver su influencia en grupos contemporáneos, Black Sabbath empezó como un canto al minimalismo. Los silencios y los ritmos morosos otorgaban un aire religioso a su música. Sus cambios de ritmo que truncaban la canción nunca han sido igualados en gusto o pericia. Black Sabbath siempre fueron unos visionarios que apostaron por la lentitud y las atmósferas por encima de todo. Puede que fuera por sus limitaciones, aunque viendo lo grandes músicos que eran se me antoja que había algo más. Una actitud vital y una atracción malsana hacia lo macabro y lo escabroso. Como Poe o Lovecraft.

Ozzy dejó la banda en 1979. Al parecer lo echaron por pasarse con las drogas. A partir de este punto se fueron sucediendo los cantantes en el grupo. El que más huella dejó en los seguidores fue Ronnie James Dio, aunque bajo mi punto de vista el portentoso cantante engulló el estilo originario del combo y los dirigió por vericuetos mucho más barrocos y creo que caducos. Tras él, el acabose. Ian Gillan (ex-Deep Purple), un desconocido David Donato o Glenn Hughes (ex-Trapeze), todos probaron la miel amarga de no poder suceder al señor Osbourne. El grupo parecía una caricatura de sí mismo. Bill Ward también fue sustituido en uno de estos cambios y Geezer Butler dejó la banda en 1984.

Tras algunos cambios más con los que el grupo se ha ido arrastrando por el tiempo sin poder nunca ni rozar la gloria del pasado, se produce una reunión en 2013 con la formación original salvo el batería Bill Ward. La cuestión económica pesa mucho siempre. Aún así se atisba un tenue brillo en la gruta por la sorprendente calidad del nuevo material. La producción de Rick Rubin también ayuda, todo hay que decirlo. ¿Será esta la digna despedida que el grupo merecía? ¿Un nuevo comienzo? Sin duda el tiempo pondrá las cosas en su sitio.

UN DISCO

Paranoid (1970)
Su obra maestra reúne todos sus tics, los amplifica y los eleva a categoría de manual de referencia. "War Pigs" es una epopeya antibelicista que avanza a empellones. "Paranoid" es protopunk sin refinar. "Planet Caravan", es un viaje a las estrellas con base casi jazz. "Iron Man", una narración futurista sin pretensiones. Y el resto es igual de bueno. No es fácil producir un clásico de este tamaño. Un álbum que genera todo un movimiento y un género a su alrededor. No solo es un disco importante para amar y conocer a los de Birmingham. Esto es la Biblia negra del rock. Ese manual que se estudiaron todos los que después fueron algo en eso que alguien bautizó como heavy metal. La base de todo.

EN DIEZ CANCIONES: South of Heaven

1. "Black Sabbath" (1970)

Lluvia, campanas y toda la parafernalia del terror gótico que ya anuncia eso que alguien llamaría heavy metal. Esta canción fue el comienzo de todo eso. El comienzo para el grupo y el camino a seguir desde el segundo cero. Por eso quizás es la más importante.

2. "N.I.B." (1970) 

Una línea de bajo adictiva y el mejor ejemplo de eso de cantar la misma melodía encima, un recurso que de infantil no se le había ocurrido a nadie. Al menos con esa mala follá con la que Ozzy lo elevó a categoría de arte.

3. "War Pigs" (1970)

La epopeya antibelicista de Black Sabbath ha sido versionada por casi todos. Y eso que no es una canción especialmente fácil. Ni por sus cambios de ritmo, ni por sus pausas, ni por su esquizofrenia reconcentrada. Un clásico con todas las letras para abrir Paranoid (1970), su obra maestra absoluta.

4. "Paranoid" (1970)

Nadie puede dudarlo: esta es la canción más reconocible, coreada y esperada en sus conciertos. Siempre la dejaban para el bis, lo que significa que en sus comienzos la tocaban dos veces. Un chute de protopunk que sigue levantando a los muertos por muchos años que pasen.

5. "Planet Caravan" (1970)

Para mí lo más bonito que compusiera el grupo. Una balada evanescente que flota en el aire como el humo del ganja materializando un firmamento lleno de estrellas y nubes vaporosas. La inclusión de los bongos no pudo ser más acertada, el susurro de banshee de Ozzy apenas entendible no pudo ser más pertinente, el bajo de Butler lo conecta todo de manera sublime, pero es que lo que hace Iommi a la guitarra es algo para lo que no hay palabras posibles.

6. "Fairies Wear Boots" (1970)

Un canto amable a las damas que ejercen la prostitución. Un tema peliagudo que hoy día no sería posible tratar. Nos habríamos perdido una de las canciones con el ritmo más pegadizo e infeccioso del grupo. Siempre me va a incitar a cantarla y a moverme. Así de buenísima es.

7. "Into the Void" (1971)

Por su introducción solemne y negra, por sus trepidantes cambios y por la sensación succionante de su riff. Todo esto hace de "Into the Void" un vórtice giratorio al que es casi imposible resistirse. Al final acabas arrojándote al corazón mismo de sus preciosas tinieblas.

8. "Sabbath Bloody Sabbath" (1973)

La apertura del que puede ser su disco más emblemático. Un tema serio de riff duro y envolvente marca de la casa con espacio para la improvisación y el desbarre al que se pegarían en esfuerzos ulteriores. Sin duda, entre sus tres temas más clásicos de siempre.

9. "A National Acrobat" (1973)

Una idea de Geezer Butler al bajo devino en ese riff con el que engancha Bill Ward a la perfección con esa síncopa de batería que lo hace pegajoso hasta decir basta. Entre los tres consiguen una de esas cadencias que estarías escuchando para siempre sin hartarte.

10. "Sabbra Cadabra" (1973)

La tercera pata del banco se construye, sí, sobre otro riff indestructible por parte de un Tony Iommi en estado de gracia. Poco que añadir salvo que si hubieran seguido en esta línea, Sabbath Bloody Sabbath (1973) sería uno de los mejores discos de rock de todos los tiempos. Lamentablemente, en mi opinión, la acabaron cagando, pero eso no quita que esta canción ejerza del perfecto cierre que requiere una selección de Black Sabbath.

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