All Things Must Pass (George Harrison, 1970)
POP ROCK. Estamos ante el tercer disco en solitario de George Harrison, aunque casi podría considerarse como el primero, ya que los dos anteriores son más bien excusas para saciar su espíritu experimentador al margen de The Beatles. En este es donde encontramos por fin canciones propiamente dichas. ¡Y qué canciones! Material de lujo asiático que ha sido guardado durante años. Algún tema data de 1966, nada menos, y son una muestra del enorme talento que había quedado ninguneado durante tantos años de discreción en los Fab Four.
George había necesitado su tiempo, pero cuando se vio con fuerzas lo que le salió fue torrencial. Para producir su disco se agenció los servicios de todo un Phil Spector, el cual quedó maravillado ante la cantidad y calidad del material que Harrison le iba enseñando. Materia prima de primera a la que aplicarle un muro de sonido que puede sonar más sutil aquí, pero no menos brutal a la hora de dotar de personalidad a una obra que no solo no se achica, sino que creo que gana en muchos aspectos a las que por esos meses también sacaron sus otrora amigos John Lennon y Paul McCartney.
Un disco triple, ahí queda eso, que fue toda una liberación. Un auténtico viaje espiritual que vuelca cosas del hinduismo al que se había abonado el británico, pero que sobre todo suena contemporáneo y fresco partiendo del blues, el folk y el country como principales ingredientes. Algo un poco sorprendente, pero que le va que ni pintado a los devaneos con la slide de un Harrison que suena pletórico y liberado de ataduras y mordazas. Tan pletórico como unas canciones que también se impregnan del dolor y la derrota de la separación. Tonadas que, lejos de sonar rencorosas, estallan refulgentes entre la euforia y la sanación.
Tal vez ese sea el secreto de este clásico inmarchitable. Seguro que por todo eso todo el mundo quería tanto a George. Eric Clapton, Bob Dylan... Todos lo adoraban y todos están aquí de una u otra forma, flotando en el aire entre sus notas doradas.
★★★★☆
Es famosa su experiencia en un vuelo terrorífico en medio de una tormenta, golpeado por los rayos y casi impactado por un Boeing 707 que pasaba por allí. Durante el accidentado trayecto, según cuenta, se puso a cantar el mantra de los Hare Krishna durante horas, creyendo firmemente que eso era lo que acabó salvándole la vida.
Pues mucho de eso hay en este obrón. Su duración monstrenca, la repetición elástica de las jams que llenan la última rodaja o esa "My Sweet Lord" en la que trata de hermanar religiones en un mismo espíritu e intenta rozar la divinidad a base del mantra melódico y lírico que la vertebra. No llega a los cinco minutos, pero lo cierto es que puede hacerte flotar sin esfuerzo.
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