En Younger Than Yesterday siguen esos toques vanguardistas, pero en este disco vuelven a disfrutar de su beatlemanía. Nunca la habían abandonado por completo, pero en el disco anterior parecían más obcecados por marcar las diferencias. Aquí ya van sobrados y saben de sobra cómo mezclar el pop de los Fab Four con el country y el rock más norteamericanos en que pensarse pueda. El resultado es un disco estratosférico que nos presenta a un grupo más que personal, clásico, uno de los tótems más sagrados de la música popular norteamericana.
Ya no estaba Gene Clarke. En el anterior se dejó caer un poco en un par de intervenciones y en un par de composiciones. Aquí no queda nada de él. Los motores creativos son McGuinn y Crosby, pero también el tapado de Chris Hillman, que se destapa aquí como un cantautor de clase selecta e imaginación florida. Un sorpresón que es la auténtica clave del álbum. "Have You Seen Her Face", "Time Between", "Thoughts and Words" y "The Girl With No Name" son temas de muchísimo peso y no simples comparsas. Junto al puñado de clásicos de rigor firmados por Crosby y McGuinn, forman una paleta de colores brillantísima y arriman el disco a ese pop que les había dado todo.
Una vez más, un disco que marca el final de una era para un grupo aspira a ser el mejor de su catálogo. Con este se despediría David Crosby para aliarse con unos tales Stills & Nash. Aunque colaboraría en alguna que otra canción, ya no iba a estar más en el grupo a tiempo completo. Todavía les quedaban cosas por decir a los angelinos, pero siempre a otro nivel. Un desmorone que Crosby anuncia en la oscuridad de su "Everybody's Been Burned" y en ese experimento hecho de cascotes que es "Mind Gardens". Si es que estaba muy claro. En cualquier caso, uno de los clásicos más importantes de los 60.
Jim Morrison, Joni Mitchell, The Eagles, Frank Zappa, The Byrds, Neil Young, David Crosby, Stephen Stills, Gram Parsons, Brian Wilson... Son solo unos cuantos ejemplos de la cantidad de talento que se refugió en ese Laurel Canyon cuyo nombre causa el respeto más religioso y hace volar los sueños de melómanos de todo pelaje.
El vecindario angelino es especialmente conocido por la época que va de 1965 a 1969, años fundamentales en la gestación, desarrollo y explosión del folk rock del que los Byrds fueron los principales instigadores.
Será por eso que este disco suena a eso, a California, a cosmopolitismo, a atardeceres interminables con el sol derramándose por las colinas arboladas. En cualquier caso, la retroalimentación y el fustigamiento incansable espoleó, no me cabe duda, una explosión de talento como ha habido pocas en la historia de la música popular.
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