ROCK. Oviedo. Plaza de la catedral. El Ave María llena el aire con su tono sacro y solemne. Todo parece preparado para una celebración como habrá pocas en el Principado. Ilegales, las ovejas negras, los hijos pródigos, respetados y temidos, cumplen veinte añazos de carrera discográfica y lo celebran a lo grande.
¿Y qué se puede esperar de tales fastos? ¿Algo podría salir mal? Difícilmente. Ni siquiera esos momentos en los que parecen ir con el piloto automático, con un Jorge Ilegal algo resollante y, perdón, cansado, pueden hacer mella al monumento que se marca el grupo para culminar la etapa más gloriosa de su carrera. Tampoco el hecho de que se vean obligados a dar cabida a un repertorio inmenso, mucho más abultado que el que manejaban en la época de ese fantástico Directo de 1986. Al final, a su modo, todo acaba sumando y el cuadro que nos pintan es más completo y más multicolor.
No más rotundo ni más avasallador que el directo mencionado, eso por supuesto, pero aquí se trataba de otra cosa. De saldar deudas, de homenajear a todo el que había pasado por la banda, de gustarse y de pasar un rato entre amigos. Objetivo cumplido, pues, con creces. No sé si estamos ante el documento en directo definitivo de Ilegales. Está claro que, por lo que sea, yo prefiero el otro. Pero este sacia más y nos sigue mostrando a una banda (o a varias) en un estado de forma algo más que envidiable. Así es difícil buscarle peros al asunto. Y no lo voy a hacer.
Ilegales siempre ha sido el juguete, el capricho y el vehículo expresivo de Jorge Martínez, genio y figura de la escena gijonesa desde finales de los 70 hasta nuestros días. Una banda por la que ha pasado mucha gente, dejando su huella, es cierto, pero que siempre ha sido dirigida con mano de hierro por su vocalista, guitarrista y compositor.
Ilegales se forman en 1980 a partir de las cenizas de Madson con la idea de hacer un rock enraizado en el rhythm & blues y con fuertes conexiones con el mundo mod, que era la tendencia que seguía su líder desde hacía años. Una música entrelazada fuertemente con las correrías, muchas veces poco saludables, de sus miembros. Eso implicaba que lo que les salía era una música plagada de tensión y violencia, fruto de sus numerosas peleas, hurtos y la ingesta descontrolada de drogas y alcohol, que era parte inextricable de todo eso en unos años 80 que mostraban su especial dureza en el frío norte donde se formó el grupo.
La carrera del grupo se podría calificar de irregular, obteniendo su pico de popularidad a mediados o finales de los 80 para hundirse poco a poco con la entrada de los 90. Con los 2000 bien pasados, Jorge Ilegal decidió reactivar el grupo, cosa que era más que inevitable ante la furiosa petición popular. Eso les ha llevado a facturar unos cuantos discos que, más allá de su calidad, les han valido para volver a girar y dejar claro que su vigencia está a prueba de modas y tendencias. Porque lo de Ilegales siempre ha sido tan crudo y tan seco que solo podía colocarse del lado de la verdad. Un sitio estrecho y baldío donde cada vez hay menos gente.
UN DISCO
Ilegales (1983)
Su debut todavía escuece. Costó sacarlo. Convencer a las discográficas de que esto iba a ser lo más entre la muchachada no fue tarea fácil, pero siempre hay valientes y el disco vio la luz dando pistoletazo de salida a una de las carreras más exitosas (sí, también en lo económico) de la historia del rock en castellano.
En su interior nos encontramos a una banda más que rodada. Canciones acabadísimas hasta el último detalle, las cuales nos muestran a un grupo con una actitud punk irreductible debajo de una pericia instrumental que los lanzaba a otro nivel. No es de extrañar que cualquier rival entrara en pánico ante la idea de compartir escenario con estos tres, por mucho que el humor que manejan, a veces, devenga en tontería. Discazo indestructible en cualquier caso.
EN DIEZ CANCIONES: Canciones desde las tripas
1. "Europa ha muerto" (1982)
Visionario siempre, Jorge Ilegal pocas veces ha dado en el clavo como en esta canción que suena a premonición y que vibra con su extraña melodía mientras surca los océanos de la eternidad.
2. "Princesa equivocada" (1982)
Cadencias reggae, influencia clarísima de The Police para redondear este clásico prematuro con el que demuestran una apertura de miras poco común para un grupo que se estaba enfrentando a su primera grabación. El gran público podría disfrutarla gracias a ese Directo que publicaran en 1986.
3. "Tiempos nuevos, tiempos salvajes" (1983)
El clásico por antonomasia de la banda. Guitarras limpias en arpegios inimitables y un bajo que marca hacia dónde hay que ir. Rock pendenciero y sutil a la vez. No creo que haya nada que defina mejor lo que ha sido la música de Ilegales.
4. "Yo soy quien espía los juegos de los niños" (1983)
Jorge en su alianza perenne con la perversión. Una canción de esas que atrae y asusta, de las que te deja desazón para todo el día, pero a la vez también con ganas de más.
5. "La casa del misterio" (1983)
Mi favorita. Oscuridad reluciente, arpegios preñados de eco para invocar fantasmas del pasado entre los muros de un viejo caserón. Así debería ser la música siempre.
6. "Agotados de esperar el fin" (1984)
Una melodía dulce y clara para variar. Tan diferente, tan currada, tan sugerente... Definitivamente, el mundo interior de Jorge Martínez es tan ignoto que no nos podemos ni imaginar lo que alberga. Creemos conocerlo como el macarra definitivo, el esquizofrénico de manual, el chuleta de bar al que no hay ni que mirar. Pero que va... Hay mucho más debajo. Muchísimo más.
7. "Soy un macarra" (1984)
La canción más arquetípica de Ilegales es un tema que iban a desechar hasta que se vieron obligados a darle un par de vueltas para grabarlo en su segundo disco. La falta de material les hizo darse de bruces con uno de sus éxitos más sonados. La pasta empezó a entrar con ella y no se puede decir que les desagradara.
8. "El norte está lleno de frío" (1985)
La denuncia social siempre ha sido otra piedra de toque para Jorge. Y pocas veces ha sonado más convincente ni más brutal que en esta canción que se desangra en un riff anegado por la distorsión más crepitante y salvaje. Así, desde luego, te crees todo lo que te cuenten.
9. "Enamorados de Varsovia" (1985)
Retomando la ambientación de "La casa del misterio" vuelven a fabricar una preciosidad inalcanzable a partir de unos ecos en la guitarra que nos llevan directos al frío del Este con una mezcla de romanticismo y nostalgia que la convierten en una de las mejores canciones de Ilegales (y de los 80 casi).
10. "Regreso al sexo químicamente puro" (1991)
La joyita de su (pen)última época. Una canción que combina lo cínico, lo crudo y lo paranoico con una dulzura que contrasta y hace que todo funcione como siempre, pero especialmente bien.
ROCK. Lo que más impacta de este disco es que, tras dos discos que podríamos llamar de transición, los de Jorge Martínez se dejan de medias tintas y atacan nuestros tímpanos con un disco de rock rudo y violento como no habían hecho hasta entonces. No es que este octavo disco sea una vuelta a los orígenes, es que la banda suena más sucia, agresiva y rugiente que nunca. Será por estar editado por Avispa, sello especialista en metal, o porque el grupo ya estaba harto de que los acusaran de moñas, pero, para bien o para mal, se dan un baño de dureza que suele ser buena cosa, olvidándose de experimentos, jazz y aires pseudolatinos.
Y en este caso se cumple la norma y, en general, es una buena noticia. Por mucho que el confiarlo todo a la potencia sin control tenga sus problemillas. Aquí los encontramos en la forma de una cierta simpleza lírica que hace que más de un verso chirríe. No sé si es que Jorge no le ha dado el par de vueltas que sus palabras necesitaban y las ha soltado en un exabrupto (algo muy ilegal por otra parte) o es que se ha empeñado en meter con calzador sus ideas sobre la muerte, la educación y las bajas pasiones sin consideraciones de métrica ni de buen gusto.
Por supuesto que Jorge Martínez siempre se ha caracterizado por soltar por su boquita lo que le ha venido en gana. Seguro que esa es la seña de identidad más clara y definitiva de su banda. Pero aquí, por lo que sea, no empasta todo lo bien que solía hacerlo y eso acaba restándole impacto a un álbum que se queda en eso, un buen disco en medio de una etapa en la que podemos seguir disfrutando del grupo con moderación, sin las euforias desmedidas de antaño. Lo que significa que, para bien o para mal, mucho o poco, la banda sigue estando más viva que nunca.
Regreso al sexo químicamente puro (Ilegales, 1991)
ROCK. Después de la tibieza del álbum anterior, parece que los asturianos toman buena nota y se afanan por revolcarse en ese rock insolente y crudito que siempre han hecho como nadie. Y no lo parece al escuchar los primeros acordes, con ese rhythm & blues trotón lleno de vientos que casi suena a chiste a pesar de lo duro de la letra. Un contraste sutil que poco a poco va mutando en cosas más predecibles y más pendencieras.
Así se va conformando una obra que acaba siendo más anodina que otra cosa. Un intento por volver a las bases relativo, plagado de experimentos, tropicalia y conatos de jazz. No sé si será por eso, con lo ecléctico que soy yo, que no me acaba gustando más que su discutido disco anterior. A estas alturas todos estamos de acuerdo en que Ilegales no van a entregar un disco malo. Si hablamos de ejecución, sonido y letras que te hagan pararte a escuchar, es casi imposible que la banda decepcione. Eso sí, la vigencia a prueba de bomba, la urgencia frenética de sus comienzos... Eso son cosas que difícilmente vamos a encontrar ya.
Por todo esto se puede seguir echando un buen rato. Que será algo que llenará mucho o poco, dependiendo de tus expectativas y tu idolatría hacia Jorge Ilegal, pero que es lo que hay.
ROCK. A veces hace falta dejar constancia de las cosas. La fama de Ilegales como banda de directo es legendaria. Más aún en esa época de efervescencia en la que soltaron esos tres frenéticos primeros LPs que aún hoy son el armazón indestructible sobre el que se sostiene todo su canon. Por eso este directo se justifica mejor que el resto. Por eso, por lo pletórico que suena el grupo y por la adición de unos cuantos singles no incluidos en sus álbumes de estudio. Motivos que suman a la hora de pensarnos si estamos delante de uno de los mejores documentos en vivo que se hayan registrado en este país.
Para más inri, para aumentar la leyenda, la grabación se nutre exclusivamente del concierto dado en Mollerusa (Lleida) el 1 de noviembre de 1986. Nada de elegir la grabación idónea de tal o cual canción a partir de una selección de miles de registros de toda una gira. Nada de rediseñar el directo para impresionar al respetable. Nada de retocar ni de corregir. Ilegales en estado puro. Puede que la idea dé miedo si hablamos de cualquier otro artista, pero con estos lo que deja clarísimo es que en el escenario no ha habido quien les tosa en este país. Y casi diría que en ningún otro.
Así de fuertes, ruines y aplastantes suenan aquí Ilegales. Como siempre lo han hecho, por otra parte. Con esa base rítmica hecha de hormigón armado de la que destacaría el bajo de Willy, herramienta de demolición que percute y asienta todo como un elefante en movimiento. Con la voz de Jorge que clava cada nota y cada rictus. Y sobre todo con su guitarra, ese arma de destrucción masiva que lo mismo tintinea como el cristal más frágil que te ataca con el veneno de mil serpientes.
Todo el mundo lo dice. Los que los han conocido de manera íntima y los que los han visto en concierto. Ilegales eran tan buenos porque, sin dejar de ser punks, tocaban mejor que nadie. No hay que ser muy listo para reconocérselo después de sumergirse en este documento. Una obra fundamental para conocer al grupo y para entender de qué ha ido esto del rock en español con uno de sus puntales más irrebatibles.
(A la luz o a la sombra) Todo está permitido (Ilegales, 1990)
ROCK. Entre los toques folk y la bajada de revoluciones el veredicto es más que claro ante el quinto de Ilegales. La parroquia lo ha sentenciado como uno de los momentos más bajos del grupo, primera impresión que no me sorprende en absoluto. Por mucho que siga el vitriolo, por mucho que sigan raspando las historias cruentas que nos suelta Jorge Ilegal, la frescura insolente de sus inicios está aquí mucho más diluida.
Aun así, todo esto habría que matizarlo un poco. Abandonado el formato trío con el álbum anterior, aquí inciden en las nuevas posibilidades que dan los cinco miembros, cosa que también les hace relajarse y perder esa potencia en la mordedura que los hacía únicos. Esto se aprecia sobre todo en una cara B en la que se lanzan a tumba abierta en pos del pop y el sinfonismo, cosas ambas que estaban vetadas para la banda hasta hacía bien poco.
Sin embargo, con todo, el álbum no es un desperdicio. Ni mucho menos. Sigue habiendo humor chunguísimo, dardos ponzoñosos, se sigue cuidando el sonido y las interpretaciones... En fin, esto sigue sonando a Ilegales por cada uno de sus poros. A unos Ilegales que buscan su camino en medio de la selva. Puede que echemos de menos la delincuencia de antaño, pero no se puede decir que el disco no genere sus expectativas. Y eso lo acaba haciendo más que interesante.
ROCK. Espoleado por el fiasco sónico del trabajo anterior, Jorge Martínez produce este disco y lo hace con rabia. Con la misma furia con la que desata la distorsión y la mala leche en unas letras que nos muestran la obra más iracunda, cruda y deslenguada del trío asturiano. También hay un par de temas de una belleza invernal en la que casi se pueden sentir los copos de nieve cayendo, como son "Enamorados de Varsovia" y "Sin remedio". Sin embargo, las descargas que marcan la tónica y dejan su sello indeleble son las crudísimas "El norte está lleno de frío", "Bestia, bestia" o "¡Qué mal huelen los muertos!".
Distorsión, palabras mal sonantes, historias sangrientas, misoginia desbocada... Todos los ingredientes de los que ha hecho gala siempre Jorge Martínez amplificados hasta extremos casi insoportables. Por eso estamos ante la obra más idiosincrática de la banda y a la vez la más caricaturesca. Un aspirante a joya oculta de un canon en el que no encuentra rival si nos ceñimos a su liga. Si buscamos sutileza, siempre la vamos a encontrar, aunque no tiene nada que hacer, digamos, ante un Agotados de esperar el fin (1984), que se lleva la palma en ese aspecto.
Lo que es innegable es que aquí hay material de derribo para sus directos y un par de las mejores canciones de la historia del trío. No me parecen pocos motivos para colocarlo entre mis obras favoritas de los asturianos. Por mucho que, como siempre les pasa, el conjunto vuelva a hacer aguas por demasiados sitios como para considerarlo un clásico.
ROCK. El segundo disco suena más ambicioso en lo musical y lo lírico, con un Jorge Martínez sembrado en ambas facetas. Un álbum que iba disparado a superar a ese debut que, hoy lo sabemos, era casi insuperable. Y es que, una vez más, la producción daña irremisiblemente a una obra que se acaba quedando a medio camino.
A pesar de todo, las canciones cumplen, que quede claro. Quizás el conjunto adolezca de la falta de algún éxito imperecedero, algo en la línea de "Tiempos nuevos, tiempos salvajes" o "La casa del misterio", pero el nivel medio es muy alto. Lo que pasa es que el álbum da la sensación de ser tibio y pacato, cosa que se debe, no me cabe la menor duda, a ese bajo sintetizado, esos coros como de fotocopia descolorida y esa batería monótona y raquítica.
Una pena, aquí había un gran potencial. No sé si tocando los mandos de la mesa con algo más de sensibilidad y menos de protagonismo estaríamos hablando de la obra maestra de Ilegales (su primer disco me gusta demasiado), pero seguro que estaría más cerca de serlo.
ROCK. Lo de Ilegales es una anomalía en toda regla dentro del pop rock en castellano. Un trío de gente que sabe tocar, que sabe lo que se hace en todo momento y que dan con un sonido propio e intransferible desde el segundo cero. Aquí está este discazo para refrendarlo. Uno de los grandes estrenos dentro del rock en castellano, Ilegales,puede que no entre a la primera, que le sobren algo de unas tonterías líricas que si escuchamos con atención, no acaban siéndolo tanto, y en fin, que no sea lo que anuncian exitazos automáticos como "Tiempos nuevos, tiempos salvajes" o "La casa del misterio".
Pero si esos son sus mayores pecados, ¡qué poco que echarle en cara! ¿No? Y esa sería la tónica en una carrera donde la insolencia, la confrontación y la ética del asfalto iban a ser los mandamientos secretos que perseguir a toda costa. Jorge Martínez siempre se ha jactado de hacer rock sin estrecheces ni medias tintas. Siempre ha señalado ese momento revelador que supuso ver a The Police y darse cuenta de que se podía ser transgresor y desafiante sin subir tanto el volumen ni pisar a fondo el pedal de distorsión. Lo suyo, por muy punk que haya sido en el fondo, era más bien blues rock o rhythm & blues. Un rhythm & blues eléctrico y salvaje, pero música negra al fin y al cabo.
Que las dos canciones mencionadas arriba sean lo más destacado del álbum no es ningún secreto. En las dos vemos las mejores virtudes del grupo. El rock seco en la primera y ese misterio vidrioso y empañado en la segunda. No es lo único que destacar, no obstante, en Ilegales. Esa portada "robada" a Ouka Lele envuelve mucho más de lo que parece. Esa afiladísima "Yo soy quien espía los juegos de los niños", la surrealista y jocosa "Problema sexual", la falsamente ligera "No me acaricies el pelo", la abyecta y desagradable hasta la náusea "¡Heil Hitler" o el superéxito insufrible a estas alturas que fue "¡Hola mamoncete!". Títulos que arrastran al álbum hacia una irregularidad que no tengo claro si le perjudica o lo acaba dotando de un aura tan especial que se convierte en el secreto de su vigencia y su extraordinaria longevidad.
★★★★☆
A1
Tiempos nuevos, tiempos salvajes
3:00
A2
Delincuente habitual
2:10
A3
Yo soy quien espía los juegos de los niños
5:01
Para siempre este disco será el de la portada de Ouka Lele. Un envoltorio que está entre los más queridos y admirados de la historia del pop patrio. Una sobredosis de color para enmascarar la rudeza callejera y casi camp que siempre ha manejado Jorge Martínez. Todo un triunfo sin paliativos.